Han pasado once meses y trece días desde la muerte de Agustus Waters.
No he
estado devastada, porque creo que esa palabra está exclusivamente reservada
para sus padres y tal vez sus hermanas, pero si he estado muy triste y lo he
extrañado como la mierda. Isaac también lo hace, y a veces nos encontramos
riendo o llorando, cada uno en su mundo pero con la compañía del otro. Ahora él
está saliendo con Alisa, una de las chicas del grupo de apoyo, ella no está
sana, pero Isaac se niega a dejarla y hacer lo mismo que Mónica hizo con él cuando se volvió un
problema.
Admiro su
valentía.
Cuando lo
extraño demasiado leo las paginas de su epilogo para Una aflicción imperial. ¡Dios! ¡Fueron tan exitosas! llegaron a
manos de New York Times, fueron publicadas
y ahora todos conocen a Agustus Waters. Realmente, aunque eso le hubiera
fascinado a Gus, sería mentir descaradamente. Las páginas que me llegaron desde
Holanda, con su horrorosa pero legible caligrafía, jamás las mostré a alguien.
Ni a sus padres ni a los míos, ni siquiera a Isaac, era como esa clase de
libros tan únicos y especiales que no puedes (Ni debes) compartir con nadie,
son solo tuyos y estás hojas eran solo mías. Y sí, tal vez no haya sido justo,
pero tampoco lo hubiese sido el que me arrebataran lo único que tenía de él con
toda su esencia.
Mi familia
con la suya perdieron un poco el contacto, supongo que después de su muerte no
había razón alguna para que yo siguiera yendo y no había una excusa para que
mis padres fueran a buscarme puesto que… no estaba ahí.
Hace
exactamente un mes y quince días dejé de tomar Phalanxifor, porque decidí que
mis padres no podían seguir gastando dinero en tenerme viva cuando pronto
tendrían que mantener a alguien más.
–Familia,
–mamá hablo durante el desayuno, con papá nos miramos y sonreímos. Ninguno
sabía que se celebraba hoy, pero de todas formas pusimos atención– tengo
noticias.
–¿Qué pasa
querida?
–Realmente,
aun no sé si es seguro, y no sé si es realmente bueno compartir esto con
ustedes, porque, bueno, no quiero esperanzarlos y luego…
–Mamá –me
miró. Note la preocupación en su rostro, su ceño fruncido, y el movimiento de
su garganta cuando tragó. Luego miro al frente y dijo:
–Estoy
embarazada.
Primero se
hizo un largo silencio, luego papá comenzó a llorar, yo me levante y abracé a
mamá. El resto fueron mucho minutos de preguntas, risas, alegrías y alboroto.
Al día siguiente ella confirmó la situación, y un día después largué la noticia
de que dejaría el medicamento.
–Hazel
Grace no puedes simplemente dejar de tomarlo, es simplemente… ¡No puedo
creerlo! –Mamá lloraba mientras se paseaba por la sala. Estaba sentada en el
sillón, padre a mi lado intentando convencerme de que recapacitara.
–Es mi
decisión, los gastos son muchos y viene
alguien más, alguien que ocupara mi lugar y… –mi madre se detuvo en seco y me
apunto con el dedo mientras decía:
–No vuelvas,
óyeme bien Hazel, nunca más a decir una barbaridad como esa. –Se sentó a mi
lado y me tomo la mano libre, papá sostenía la otra. –Nadie te remplazará, ni
siquiera otro hijo, nadie cariño, eres única, y este niño que viene en camino tampoco
hará que el dolor de… de tu perdida nos deje antes. No pienses así.
–Mamá,
estoy cansada –ella me miró y comprendió. Comprendió mi agotamiento y la inutilidad
de aplazar mi hora, porque de todas formas me estaba haciendo pedazos por
dentro y ningún remedio milagroso sanaría mis pulmones. El mundo no es una máquina de conceder deseos. Agustus siempre
hallaba la manera de aparecer en mi cabeza, le encantaba la atención.
Fue una
larga y dura discusión que nos llevo varias semanas, y esa solo fue una de las
muchas peleas que se formaron, pero al final entre lagrimas de todos y
bastantes amenazas cedieron a mis suplicas.
No piensen
que luego de la muerte de Agustus un sentimiento suicida se apoderó de mi, de
hecho su muerte, como dijo Patrick, nos hizo mas fuerte a todos, él fue un gran
héroe contra el cáncer y es un ejemplo para todos blah blah, en fin, su muerte me hizo más fuerte, pero no para
seguir enfrentando lo inevitable, sino, para enfrentarme al dolor y a eso que
hay del otro lado, a ese Algo con A mayúscula en lo que él creía tanto.
Hubo
momentos en que la rendición a mi destino hizo que me decepcionara de mi misma,
en aquellos momentos acudía a la única persona incapaz de juzgarme sin antes
haberme escuchado: Isaac.
– ¿Eres tú
Hazel Grace?
–No, soy
el fantasma de tu ex-novia.
–Muy
graciosa, puedes pasar.
Esa vez le
dije lo que pasaba, él escucho atentamente, estábamos jugando y hablando, así
que el estúpido juego no paraba de no-comprender nuestra charla. Detuvimos el
juego y se enfocó totalmente en mí; al menos sus oídos.
–No sé si
dejar de medicarme sea la solución a mi problema.
–Definitivamente
no lo es.
–No quería
decir eso… –me defendí. Isaac sonrió.
– ¿Hazel
Grace, estás balbuceando? No me lo puedo creer –inclinó su cabeza hacia atrás y
grito–: ¿¡Escuchaste eso amigo!? ¡Hazel está balbuceando! –me reí, porque no
podía mirar de forma seria a alguien que de todas formas no vería mi ceño
fruncido.
–Isaac,
esto es serio –aunque mi sonrisa me delataba y la voz que le acompañaba también.
–Vale, lo
siento. Te sientes mal por dejarte morir ¿Por qué te sientes mal?
–Siento
que dejé de dar la lucha.
–Hazel,
querida, ¿Puedes ver como alguno de estos mortales lucha para extender su vida?
Porque yo no –reflexionó–, ni antes, ni mucho menos ahora. Las personas
simplemente viven, y ninguno sabe cuando llegará su hora, si no hubieses tenido
cáncer quizá te hubiera arrollado un carro, quien sabe.
–Sabes
como hacerme sentir mejor Isaac.
–Para eso
están los amigos Hazel Grace.
Cuando me
fui de su casa, al menos sabía y tenía la convicción de que Isaac no pensaba
que era una cobarde, y si él creía eso, yo también.
Antes de
que la ausencia del Phalanxifor empezara a tener su efecto más potente, visité
lo más que pude a Isaac. Las personas piensan que solo ellos extrañarán a sus
seres queridos, pero comencé a creer que yo también los extrañaría muchísimo. Y
odié ser una granada, pero si no lo hubiese sido, jamás habría conocido a
Agustus. Fui su victima, y ahora mi muerte abatiría otras tantas más, pero no
dudaba que aquellos a los que dejaría, me recordarían con amor y cariño.
He estado
internada unas semanas aquí, no esperando la hora de mi muerte, sino recordando
momentos felices. Desde aquellas carreras en el parque con papá, las
celebraciones con mamá, balanceándome en el columpio, nunca lo suficientemente
cercana al cielo, el beso en la casa de Ana Frank, el ataque de huevos al coche
de Mónica, la primera señal de vida del hermano que no conoceré…
A lo que
más le temo de esta situación sin duda es al dolor que ya me enfrenté una vez,
pero como decía la estúpida cita en casa de los padres de Gus: ‘’¿Cómo conoceríamos el placer si no
conocemos el dolor?’’ créanme que a pesar de que esta totalmente errónea,
me ha llevado a pensar, a la vez que me ha tranquilizado, que tal vez después
de todo el dolor, entre el aquí y el allá, en el allá no encontraré lo debía
soportar aquí, y tal vez encuentre consuelo en que allá probablemente tendré
mis pulmones, o lo que sea que un espíritu o el plasma de una agónico cuerpo de
cáncer reciba al otro lado de la luz.
Ahora
estoy mirando la ventana, es de noche y papá se ha quedado dormido a mi lado,
mi mano está en la suya, y aunque está sudada, no quiero apartarlo, es
reconfortante. La cortina está cerrada, pero la enferma entra y le pido en un
susurro que por favor las corra. Me mira comprensivamente y lo hace. Le sonrío
agradecida y ella imita mí gesto, luego se va.
Está
oscuro, no hay ninguna sola puta estrella. Hoy, que la necesitaba más que
nunca, me han dejado sola. Como siempre. Miro el techo, luego intento sentarme,
aunque solo logro inclinarme un poco, maniobro con la caja de zapatos que está
en mi velador, y sin soltar la mano de mí padre la llevo a mi regazo.
La foto de
Isaac y Agustus me saca una sonrisa cuando quito la tapa, la tomo y la dejo a
un costado. Tengo algunas cosas ahí, Una
aflicción imperial, El precio del
amanecer con el epilogo creado por Gus pegado a la hoja donde escribió su
número la primera vez que fui a su casa, la primera ecografía del pequeño o
pequeña que viene en camino, lápices y finalmente un cuaderno. Lo saco, quito
una hoja e intento escribir una carta de despedida. Ahí me veo obligada a
soltarle la mano a papá.
No es
mucho, solo hago agradecimientos a mi
familia, escribo cuanto les amo, sugiero que si el bebé es una niña le pongan
como nombre Ana, y que si es niño, no elijan Agustus, porque sería realmente
deprimente ponerle a un bebé el nombre del novio muerto de su hija muerta, pero
eso no lo detallo. También les digo que si pueden, den El precio del amanecer a Isaac, pero luego lo borró porque él no
puedo leer. Sugiero que se lo vayan a leer, pero dudo que lo hagan. Así que
envío el libro a mi tumba, donde se tiene que ir. Guardo las cosas en su sitio,
y doblo el papel sobre la tapa, coloco el lápiz sobre éste para que no se
deslice a ninguna parte.
Tomo de
nuevo la mano de papá, miro la ventana y veo la única estrella que se dignó a
aparecer en el firmamento. Tal vez el mundo no tenga el poder de concedernos
deseos, pero si estoy segura de algo es que nos da la oportunidad de vivir al menos una vez en la vida. También
puede que esté bajo los efectos de la anestesia.
Hago
memoria del momento exacto en que mi vida comenzó por segunda vez desde que
nací.
A finales del invierno de mi decimoséptimo año
de vida…
Este texto fue hecho hace un año como regalo de navidad/cumpleaños para una de mis mejores amigas, hoy lo corrijo y comparto con ustedes.
Inara.
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