22 de junio de 2015

Un epílogo para Bajo la misma estrella.


Han pasado once meses y trece días desde la muerte de Agustus Waters.
No he estado devastada, porque creo que esa palabra está exclusivamente reservada para sus padres y tal vez sus hermanas, pero si he estado muy triste y lo he extrañado como la mierda. Isaac también lo hace, y a veces nos encontramos riendo o llorando, cada uno en su mundo pero con la compañía del otro. Ahora él está saliendo con Alisa, una de las chicas del grupo de apoyo, ella no está sana, pero Isaac se niega a dejarla y hacer lo mismo  que Mónica hizo con él cuando se volvió un problema.
Admiro su valentía.
Cuando lo extraño demasiado leo las paginas de su epilogo para Una aflicción imperial. ¡Dios! ¡Fueron tan exitosas! llegaron a manos de New York Times, fueron publicadas  y ahora todos conocen a Agustus Waters. Realmente, aunque eso le hubiera fascinado a Gus, sería mentir descaradamente. Las páginas que me llegaron desde Holanda, con su horrorosa pero legible caligrafía, jamás las mostré a alguien. Ni a sus padres ni a los míos, ni siquiera a Isaac, era como esa clase de libros tan únicos y especiales que no puedes (Ni debes) compartir con nadie, son solo tuyos y estás hojas eran solo mías. Y sí, tal vez no haya sido justo, pero tampoco lo hubiese sido el que me arrebataran lo único que tenía de él con toda su esencia.
Mi familia con la suya perdieron un poco el contacto, supongo que después de su muerte no había razón alguna para que yo siguiera yendo y no había una excusa para que mis padres fueran a buscarme puesto que… no estaba ahí.
Hace exactamente un mes y quince días dejé de tomar Phalanxifor, porque decidí que mis padres no podían seguir gastando dinero en tenerme viva cuando pronto tendrían que mantener a alguien más.
–Familia, –mamá hablo durante el desayuno, con papá nos miramos y sonreímos. Ninguno sabía que se celebraba hoy, pero de todas formas pusimos atención– tengo noticias.
–¿Qué pasa querida?
–Realmente, aun no sé si es seguro, y no sé si es realmente bueno compartir esto con ustedes, porque, bueno, no quiero esperanzarlos y luego…
–Mamá –me miró. Note la preocupación en su rostro, su ceño fruncido, y el movimiento de su garganta cuando tragó. Luego miro al frente y dijo:
–Estoy embarazada.
Primero se hizo un largo silencio, luego papá comenzó a llorar, yo me levante y abracé a mamá. El resto fueron mucho minutos de preguntas, risas, alegrías y alboroto. Al día siguiente ella confirmó la situación, y un día después largué la noticia de que dejaría el medicamento.
–Hazel Grace no puedes simplemente dejar de tomarlo, es simplemente… ¡No puedo creerlo! –Mamá lloraba mientras se paseaba por la sala. Estaba sentada en el sillón, padre a mi lado intentando convencerme de que recapacitara.
–Es mi decisión, los gastos son muchos  y viene alguien más, alguien que ocupara mi lugar y… –mi madre se detuvo en seco y me apunto con el dedo mientras decía:
–No vuelvas, óyeme bien Hazel, nunca más a decir una barbaridad como esa. –Se sentó a mi lado y me tomo la mano libre, papá sostenía la otra. –Nadie te remplazará, ni siquiera otro hijo, nadie cariño, eres única, y este niño que viene en camino tampoco hará que el dolor de… de tu perdida nos deje antes. No pienses así.
–Mamá, estoy cansada –ella me miró y comprendió. Comprendió mi agotamiento y la inutilidad de aplazar mi hora, porque de todas formas me estaba haciendo pedazos por dentro y ningún remedio milagroso sanaría mis pulmones. El mundo no es una máquina de conceder deseos. Agustus siempre hallaba la manera de aparecer en mi cabeza, le encantaba la atención.
Fue una larga y dura discusión que nos llevo varias semanas, y esa solo fue una de las muchas peleas que se formaron, pero al final entre lagrimas de todos y bastantes amenazas cedieron a mis suplicas.
No piensen que luego de la muerte de Agustus un sentimiento suicida se apoderó de mi, de hecho su muerte, como dijo Patrick, nos hizo mas fuerte a todos, él fue un gran héroe contra el cáncer y es un ejemplo para todos blah blah, en fin, su muerte me hizo más fuerte, pero no para seguir enfrentando lo inevitable, sino, para enfrentarme al dolor y a eso que hay del otro lado, a ese Algo con A mayúscula en lo que él creía tanto.
Hubo momentos en que la rendición a mi destino hizo que me decepcionara de mi misma, en aquellos momentos acudía a la única persona incapaz de juzgarme sin antes haberme escuchado: Isaac.
– ¿Eres tú Hazel Grace?
–No, soy el fantasma de tu ex-novia.
–Muy graciosa, puedes pasar.
Esa vez le dije lo que pasaba, él escucho atentamente, estábamos jugando y hablando, así que el estúpido juego no paraba de no-comprender nuestra charla. Detuvimos el juego y se enfocó totalmente en mí; al menos sus oídos.
–No sé si dejar de medicarme sea la solución a mi problema.
–Definitivamente no lo es.
–No quería decir eso… –me defendí. Isaac sonrió.
– ¿Hazel Grace, estás balbuceando? No me lo puedo creer –inclinó su cabeza hacia atrás y grito–: ¿¡Escuchaste eso amigo!? ¡Hazel está balbuceando! –me reí, porque no podía mirar de forma seria a alguien que de todas formas no vería mi ceño fruncido.
–Isaac, esto es serio –aunque mi sonrisa me delataba y la voz que le acompañaba también.
–Vale, lo siento. Te sientes mal por dejarte morir ¿Por qué te sientes mal?
–Siento que dejé de dar la lucha.
–Hazel, querida, ¿Puedes ver como alguno de estos mortales lucha para extender su vida? Porque yo no –reflexionó–, ni antes, ni mucho menos ahora. Las personas simplemente viven, y ninguno sabe cuando llegará su hora, si no hubieses tenido cáncer quizá te hubiera arrollado un carro, quien sabe.
–Sabes como hacerme sentir mejor Isaac.
–Para eso están los amigos Hazel Grace.
Cuando me fui de su casa, al menos sabía y tenía la convicción de que Isaac no pensaba que era una cobarde, y si él creía eso, yo también.
Antes de que la ausencia del Phalanxifor empezara a tener su efecto más potente, visité lo más que pude a Isaac. Las personas piensan que solo ellos extrañarán a sus seres queridos, pero comencé a creer que yo también los extrañaría muchísimo. Y odié ser una granada, pero si no lo hubiese sido, jamás habría conocido a Agustus. Fui su victima, y ahora mi muerte abatiría otras tantas más, pero no dudaba que aquellos a los que dejaría, me recordarían con amor y cariño.
He estado internada unas semanas aquí, no esperando la hora de mi muerte, sino recordando momentos felices. Desde aquellas carreras en el parque con papá, las celebraciones con mamá, balanceándome en el columpio, nunca lo suficientemente cercana al cielo, el beso en la casa de Ana Frank, el ataque de huevos al coche de Mónica, la primera señal de vida del hermano que no conoceré…
A lo que más le temo de esta situación sin duda es al dolor que ya me enfrenté una vez, pero como decía la estúpida cita en casa de los padres de Gus: ‘’¿Cómo conoceríamos el placer si no conocemos el dolor?’’ créanme que a pesar de que esta totalmente errónea, me ha llevado a pensar, a la vez que me ha tranquilizado, que tal vez después de todo el dolor, entre el aquí y el allá, en el allá no encontraré lo debía soportar aquí, y tal vez encuentre consuelo en que allá probablemente tendré mis pulmones, o lo que sea que un espíritu o el plasma de una agónico cuerpo de cáncer reciba al otro lado de la luz.
Ahora estoy mirando la ventana, es de noche y papá se ha quedado dormido a mi lado, mi mano está en la suya, y aunque está sudada, no quiero apartarlo, es reconfortante. La cortina está cerrada, pero la enferma entra y le pido en un susurro que por favor las corra. Me mira comprensivamente y lo hace. Le sonrío agradecida y ella imita mí gesto, luego se va.
Está oscuro, no hay ninguna sola puta estrella. Hoy, que la necesitaba más que nunca, me han dejado sola. Como siempre. Miro el techo, luego intento sentarme, aunque solo logro inclinarme un poco, maniobro con la caja de zapatos que está en mi velador, y sin soltar la mano de mí padre la llevo a mi regazo.
La foto de Isaac y Agustus me saca una sonrisa cuando quito la tapa, la tomo y la dejo a un costado. Tengo algunas cosas ahí, Una aflicción imperial, El precio del amanecer con el epilogo creado por Gus pegado a la hoja donde escribió su número la primera vez que fui a su casa, la primera ecografía del pequeño o pequeña que viene en camino, lápices y finalmente un cuaderno. Lo saco, quito una hoja e intento escribir una carta de despedida. Ahí me veo obligada a soltarle la mano a papá.
No es mucho, solo hago  agradecimientos a mi familia, escribo cuanto les amo, sugiero que si el bebé es una niña le pongan como nombre Ana, y que si es niño, no elijan Agustus, porque sería realmente deprimente ponerle a un bebé el nombre del novio muerto de su hija muerta, pero eso no lo detallo. También les digo que si pueden, den El precio del amanecer a Isaac, pero luego lo borró porque él no puedo leer. Sugiero que se lo vayan a leer, pero dudo que lo hagan. Así que envío el libro a mi tumba, donde se tiene que ir. Guardo las cosas en su sitio, y doblo el papel sobre la tapa, coloco el lápiz sobre éste para que no se deslice a ninguna parte.
Tomo de nuevo la mano de papá, miro la ventana y veo la única estrella que se dignó a aparecer en el firmamento. Tal vez el mundo no tenga el poder de concedernos deseos, pero si estoy segura de algo es que nos da la oportunidad de vivir al menos una vez en la vida. También puede que esté bajo los efectos de la anestesia.
Hago memoria del momento exacto en que mi vida comenzó por segunda vez desde que nací.
A finales del invierno de mi decimoséptimo año de vida…


Este texto fue hecho hace un año como regalo de navidad/cumpleaños para una de mis mejores amigas, hoy lo corrijo y comparto con ustedes.
Inara.

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